miércoles, 6 de mayo de 2009

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Viaje de Santiago de Cuba a Matanzas: El recorrido interminable

La idea era cruzar la isla de punta a punta, recorrer los 900 kilómetros que separan a Santiago de Cuba de Matanzas. Si caía la noche en el camino, dormiríamos en Sancti Spíritus para continuar al día siguiente. Y esa idea de cruzarla se afianzaba en la premisa: cruzarla con la menor cantidad de plata posible y sólo usando el peso cubano, la moneda nacional.
Hay muchas formas de viajar en Cuba, pero para hacerlo en camión y en moneda nacional el “truco” es ir de ciudad en ciudad, de a tramos, abordando los camiones en las terminales intermunicipales.
A las 3 de la mañana estábamos subidos al primer camión del viaje, frente a la terminal intermunicipal de buses de Santiago de Cuba, en la famosa Calle 4. Era madrugada de sábado, el primer sábado del año, y partíamos del oriente cubano sin dormir. En los alrededores llegaba el zumbido del eco de la noche, autos, jóvenes tomando ron, música. Y el camión a oscuras, con destino a la ciudad de Bayamo, 130 kilómetros de viaje. El vehículo se llenaba de a poco.
Ese primer viaje fue terrible. El camión partió a las 4 de la madrugada en plena oscuridad, soportando el frío cubano del invierno. Nos sentíamos refugiados rumbo al exilio, arriba de un camión a punto de cruzar una frontera.
Los camiones tienen dos filas de asientos de cada lado, si toca sentarse contra una de las paredes, se tiene que soportar la espalda de la persona que se siente a esa altura en le fila del medio. La espalda a 20 centímetros de la nariz. En el pasillo del medio viaja gente parada. Y ese primer camión era todo sombras, los cuerpos se recortaban oscuros ante la luz del alumbrado público. Todos durmiendo, o intentándolo. El hombre de al lado se me venía encima ante cualquier cambio de ritmo del camión. Si uno osaba dormirse se despertaba unos minutos después golpeando la cabeza contra la espalda del que tenía adelante. Fue un viaje interminable, casi desesperante. Seguíamos sin dormir y la cosa recién empezaba.
Entramos a Bayamo, capital de la provincia Granma, primera ciudad tomada por los rebeldes durante la primera guerra de independencia. Allí los rebeldes, al mando de Céspedes, formaron su cuartel general. Apenas despuntaba la mañana, la oscuridad de la madrugada dejaba paso al solcito débil y tempranero. La bruma cubría la ciudad.
Después de comer una pizza, tan temprano, y unas galletas con guayaba (el frío y el sueño dan hambre), caminamos hasta la estación de ferrocarril. Frente a la estación salían camiones hacia Las Tunas, había que sacar un turno y aguardar en lista de espera.
Bayamo, atrapada en esa bruma matinal, parecía una postal de los años 20. A un lado veíamos circular las sombras de carruajes que entraban y salían de la niebla a medida que se alejaban o se acercaban. Entre el cuchicheo matinal, porque se oía más de lo que podía verse, se escuchaba el traqueteo metálico de las herraduras en el asfalto. Ahí, caminando con la mochila a cuestas a paso rápido, sorteando la bosta de caballo que adornaba las calles, éramos seres de otro tiempo.
De a poco el sol aparecía como una bola blanca, grisácea, entre las numerosas capas de nubes. Ya sentados en la terminal de Bayamo, esperamos durante dos horas a que un camión saliera con destino a Las Tunas. 9.30 de la mañana pudimos subir. Conseguimos dos asientos, de los últimos que quedaban disponibles. El camión fue repleto en esos 76 kilómetros que separan a las dos ciudades orientales.
Llegamos a suelo tunero cerca del mediodía. Acumulábamos horas de viaje y sueño. En Las Tunas nos agolpamos en la ventanilla de turnos a Camagüey. Pudimos conseguir los números 863 y 864. Se fue el primer camión, se fue el segundo y el número de turno quedó clavado en el 791, éramos una multitud todavía esperando. Una chica nos regaló dos números más cercanos: 809 y 810, y así fue que el tercer camión fue nuestro.
Subimos para recorrer los 125 kilómetros hasta Camagüey. El viaje fue tranquilo, el sol y el viento se metían desde los costados, la lona abierta, los paisajes del campo en el centro de la isla. Bajamos en la terminal intermunicipal y preguntamos por el próximo camión a Ciego de Ávila: “Rápido que un camello está cargando gente para Ciego”. Corrimos por el andén de la terminal hasta la puerta 9. Allí nos esperaba un majestuoso camello, esos camiones gigantescos que antes circulaban por las calles de La Habana.
El camello, lento por naturaleza, debía recorrer por la ruta 110 kilómetros. Recorrió 30, parando en cada esquina, y antes de llegar a Florida se descompuso. Nosotros íbamos parados, a veces tirados durmiendo entre las mochilas y el piso. “No le llega el petróleo”, dijo uno, y claro, como le va a llegar si esa cosa es inmensa. Entre el cansancio y el mal humor (llegaríamos de noche a Ciego de Ávila y no sería fácil conseguir transporte a Sancti Spiritus) se arregló el camello en 15 minutos. El cubano soluciona todo, que tanto.
Llegamos a Ciego con lo último de las energías. Una vez la estación intermunicipal estaba al ladito de la estación de ferrocarril. Pensando qué hacer y con ganas de descargar todo el líquido del día en el baño de la estación, escuchamos la llegada de un tren y el anuncio por los altoparlantes: “Tren proveniente de Santiago de Cuba con destino a La Habana”, y pasaba por Matanzas, nuestro destino final. Entrando al andén le consultamos al guarda, y nos dijo “suban, suban, que lo pierden”. Era la segunda vez en el viaje que el personal de la estación de Ciego de Ávila nos salvaba el asunto.
Subimos al tren nacional. Sin saber que hacer porque nadie nos pidió nada, preguntamos la hora de llegada a Matanzas (eran las seis de la tarde): llegaría a la medianoche. Tomamos un refresco con galletitas que conseguimos a través de las ventanillas, tiramos las mochilas entre dos vagones, a un costado de las puertas, y nos sentamos encima. Había que tratar de dormitar algo o de conversar para pasar el rato largo que nos quedaba de viaje.
Cuba es el último país de Latinoamérica donde todavía se puede viajar en tren a cualquier rincón de su territorio, donde todavía dos trenes repletos de gente se cruzan en el medio de la noche, esa magia de ver los rostros y los rincones del tren débilmente alumbrado que corre en dirección contraria. Todos los misterios del ferrocarril están vigentes gracias a la Revolución.
Llegamos a Santa Clara a las ocho y media de la noche. En el andén encontramos bocados de jamón, arroz con pollo (que comimos con las manos) y algún que otro refresco. Ya era de noche y empezaba a sentirse el frío. La gente iba y venía dentro del tren. Recorriendo un poco uno podía cruzarse con camarotes, oscuridades, asientos en penumbras y conversaciones. Nunca nos cobraron, viajamos sentados en las mochilas, apoyando las cabezas contra las paredes, jugando al chinchón y escuchando música.
La bahía de Matanzas se hizo luz después de la medianoche. Desde la línea del tren fueron apareciendo de a poco las luces de la ciudad. Bajamos del tren y entramos en la sala de espera de la estación. Encontramos un bicitaxi y nos acercó hasta el centro de la ciudad. Si faltaba viajar en algo ese día infinito era en un bicitaxi cubano.
Tocamos timbres de madrugada, después de los 900 kilómetros y las 24 horas de trayecto sin dormir. Apenas pasadas las dos de la mañana encontramos una pieza disponible.
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martes, 31 de marzo de 2009

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Santiago de Cuba – Volumen 4 – Preparativos para el fin de año

A medida que se acercaba el año nuevo y el 50 aniversario de la Revolución, Santiago se fue plagando de rumores acerca del acto, y la gente iba de un lado a otro comprando las cosas para la cena del 31. La ciudad estaba tapizada de carteles sobre la jornada histórica revolucionaria. De a poco, también, se fue llenando de argentinos. Era sabido que iban a acercarse muchos para ver que pasaría en el 50 aniversario, pero nunca imaginé que seríamos tantos.
Desde nuestra llegada a Cuba supimos, por conversaciones, que el asunto iba a ser tranquilo, ningún gran festejo debido al paso de los tres huracanes. Que aparecería Fidel, que Chavez, que Evo Morales, el entusiasmo crecía y decrecía. El Parque Céspedes estaba vallada y repleta de sillas. Sólo se podía circular por las calles que lo rodean e intentando adivinar lo que vendría. Luego, con el paso de los días, supimos que el acto iba a contar con 3000 invitados especiales, todos cubanos, y que Raúl daría el discurso principal sobre un escenario montado debajo del famoso balcón del ayuntamiento.
La seguridad alrededor del parque también fue en aumento.
Pasaban los días y se sucedían las charlas entre argentinos, nadie sabía con exactitud lo que iba a suceder, como sería la cosa, ni los que fueron por su cuenta ni tampoco los que fueron con agrupaciones. La noche del 31, en año nuevo, vimos muchísimas banderas argentinas, banderas del PC, de Proyecto Sur y de las Madres, que coparon una calle completa frente al parque central. Los cubanos miraban asombrados al grupo de doscientos argentinos que agitaban las banderas y cantaban canciones de los Redondos y consignas políticas. Todo eso después fue comentario de todos, Mario, un hombre barbudo, nos dijo dos días después que nunca en la vida había visto algo igual en ese parque.
Y llegó el primero de enero. El discurso de Raúl sería las seis de la tarde. Las delegaciones de invitados al acto salían de a tandas desde la sede del PC frente a la plaza Dolores, a cuatro cuadras del parque central. La plaza Dolores estaba repleta de argentinos que averiguaban la manera de meterse en el acto. De a ratos avanzábamos una cuadra, la policía nos hacía retroceder, y así.
Cuando una de las delegaciones empezó el camino hacia el acto, cientos de argentinos nos metimos detrás y empezamos a caminar todos juntos por las callecitas estrechas de Santiago, rodeadas de balcones antiguos y gente curiosa. En una esquina, durante media hora y al canto de “Raúl, Fidel, el pueblo quiere ver”, algunos argentinos trataban de negociar con la policía, que cerraba el paso, alguna cuadra más. Pero no se llegó a nada.
Llegó al lugar un hombre de la seguridad del acto y pidió hablar con el encargado, con el representante de todo el grupo. Pero al explicarle que cada uno había ido por su cuenta no logró terminar de entender la situación.
Finalmente, volvimos todos a la plaza Dolores y a fuerza de peticiones colocaron una TV en la sede el PC y, sentados en la vereda, vimos el acto en directo unos 30 argentinos, seguimos el escueto discurso de Raúl, aplaudiendo y gritando vivas. Otro grupo lo vio en el otro costado de la plaza, donde colocaron una TV gigante.
El acto no colmó las expectativas de tantos kilómetros hechos. Se entendía que todo fuera sencillo debido a la cantidad de viviendas que arrasaron los huracanes, pero en nuestro imaginario había una magnificencia revolucionaria que no se cumplió. Para peor, se corrió el rumor de que en La Habana, ese mismo día y también celebrando el aniversario, tocaron los Van Van y Silvio Rodriguez en la tribuna antiimperialista. Pero nada se comprobó finalmente. La cosa era estar ahí, y estuvimos.
Ese día y el siguiente los argentinos seguimos copando Santiago. La Plaza de Marté, incluso, funcionó como una gran escuela de murga al aire libre dictada por un grupo de compatriotas nuestros, donde participaron decenas de chicos cubanos. Y los días pasaron y Santiago de poco fue volviendo a la normalidad.
La última noche en Santiago, ya pudiendo pisar el Parque Céspedes, tomamos mate mirando la casa de Diego de Velazquez, el ayuntamiento, el hotel Casa Granda y la Catedral. Esa noche, también, conversé con Marcos, un chico de 11 años que está en 6to grado. Es un bocho en historia, me habló de fechas y datos de la historia de Cuba con precisión. Ahora, en 7to grado, empieza a estudiar la historia del resto de América. En Cuba son 6 grados de primaria, 3 de secundaria y 3 de preuniversitario.
Cuando se hicieron la once de la noche, Marcos se fue a su casa, aclarándome que quiere estudiar medicina. Marcos estaba sentado en la plaza con una libretita en la mano, era de su hermana y contenía apuntes de italiano, Marcos repasaba el idioma, practicaba, y en voz alta se lo escuchaba pronunciar expresiones típicas italianas, sin espiar en los apuntes. Eran las once de la noche y se fue caminando a la casa. Santiago es la segunda ciudad más grande la isla, en Cuba los chicos andan sueltos, sin preocuparse de mirar atrás, sin mencionar la palabra inseguridad.
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sábado, 7 de febrero de 2009

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Santiago de Cuba - Volumen 1










Una semana en Santiago de Cuba nos bastó para confirmar eso que dicen de su gente: las personas del oriente cubano son las más conversadoras y simpáticas de la isla. Es así, los habaneros tienen famas de ser hostíles, pero hostíles en el sentido cubano, que no tiene comparación con otras nacionalidades.
Por si fuera poco, Santiago es la cuna de la Revolución y desde allí se gestó gran parte de la hazaña (desde el asalto al cuartél Moncada hasta las palabras de Fidel anunciando el triunfo de los revolucionarios barbudos en la emisora de radio CMFK).
Nuestra vida cotidiana por las calles de Santiago puede resumirse en tres parques, distantes cada uno del otro a tres o cuatro cuadras: Plaza de Marté, Plaza Dolores y el Parque Céspedes (que hasta el primero a la noche estuvo vedado por el discurso de Raúl en el 50 aniversario de la Revolución).
Era el atardecer del sábado 27 de diciembre, tomábamos los últimos mates en un banco de la Plaza de Marté. A un costado, el bullicio de los chicos (los chicos copan las plazas a partir de las seis de la tarde, a diario, en toda la isla) que paseaban en carros tirados por chivos, o en autos gigantes a pedal. Frente a nosotros, cuatro hombres discutían a los gritos sobre baseball (pelota). Al cabo de un rato (en Cuba siempre se acerca alguien para conversar si estás sentado en un banco de plaza), se acercó Manolo Marrero, Manolito, a pedirnos candela, y aprovechó para preguntarnos de dónde éramos ("Ah, de la tierra del Che", respondió). Manolo volvió al grupo de discusión y a los cinco minutos nos llamó para presentarnos a sus amigos. Ahí estaba el director de programación de Radio Rebelde ("es una biblia, una eminencia"), Anselmo (productor de varios programas de la radio) y Manolo (asistente y sonidista). Debajo del banco de plaza, una botella de ron.
La charla fue fluctuando a medida que el ron se acababa. Hablamos de Maradona (sus contradicciones Menem-Che Guevara), de las reglas del baseball (nos sacamos las pocas dudas que acumulamos desde el partido de Camaguey y Las Tunas), de política y de la lucha revolucionaria.
Así llegó la primera invitación: el siguiente lunes a las 19hs en Radio Rebelde, para ver una orquesta típica de son. Aceptamos.
Manolo nos invitó a la casa esa misma noche, y fuimos caminando con él y con Anselmo a lo largo de la calle Aguilera. Pasamos por una barbería y nos paramos a saludar al peluquero-amigo de Manolo. Era el día del barbero y la peluqueria era un descontrol: los peluqueros y peluqueras tomando cerveza y ron dentro del local, bailando con música a todo volumen. "Este es mi peluquero, mi amigo", nos dijo un Manolo entonado, señalando al barbero. El peluquero se acercó después de unos cuantos gritos, se quedó conversando desde la ventana. Gabriel le contó que yo quería cortarme el pelo, "te espero el lunes a partir de las diez de la mañana en esa misma silla", pero luego falté a la cita.
Seguimos camino por Aguilera, en Cuba pasan cosas en cada una de las cuadras y esquinas. Nos detuvimos frente a Radio Rebelde y Anselmó entró apurado a trabajar porque produce el programa que transmite el partido de pelota de Santiago de Cuba. Esa noche se media contra la provincia vecina de Guantánamo.
Arribamos al fin al departamento de Manolo. Subimos los tres pisos oscuros por la escalera y al abrir la puerta de su casa nos recibió "Reina", su perrita de rulos blancos.
Manolo vive solo, está de novio con una mujer que limpiaba en su casa y que vive un piso más abajo. Ella está embarazada. Manolo tiene 45 años, su padre vive en Santiago, en el reparto Sueño, con su hermano mulato (de otra madre) y su cuñada. La madre de Manolo se fue a vivir a Miami hace un par de años, y era actriz. También en Miami vive su hermana y sus tres sobrinos. Manolo, además, tiene tres hijos que viven en distintas partes de Cuba.
Sentados en su living, nos sirvió un par de copas de vino dulce (Don Santiago) y conversamos largo rato.
Nos enseñó la casa, fuimos a la terraza (desde donde se ve una panorámica de la plaza Aguilera), al balcón y hasta arriba del techo, haciendo maniobras peligrosas por las medianeras. Manolo ya estaba bien entonado, y seguiría en esa línea el resto de la noche.
Nos propuso que el 30 de diciembre, cuando nos teníamos que cambiar de casa, vayamos a parar allí, en su departamento. Nos ofrecía un precio bajo y un lugar céntrico. Siempre aclaró que era por amistad, que no tiene permiso para alojar gente.
Estábamos en plena tratativa cuando llegó su novia con una amiga. Manolo le contó de su idea de alojarnos y ella le dijo que era imposible, porque el día del acto del primero de enero (y los días anteriores), la policía cortas las calles aledañas y suben a todos los balcones y terrazas para prevenir cualquier atentado. Si al ingresar al depto. nos preguntaran donde nos alojamos, les causaria un problema, así que descartamos la idea.
Manolo nos invitó el primero de enero a almorzar a la casa de su padre, y esa misma noche de sábado salimos a comer con él (bajo quejas de su mujer y después de mirar las fotos familiares de un álbum que armó su madre antes de irse a vivir a Miami).
Quisimos entrar al Bodegón, frente a Plaza Dolores, pero estaba lleno. En Marilyn tomamos unas cervezas Bucanero porque no había comida, charlamos un poco de música (de Silvio Rodriguez a Montaner, pasando por José José) y terminamos en La Dalia. Gabriel y yo cenamos, Manolo, ya borracho, siguió tomando.
Hablamos de política durante la cena. Él explicaba que la izquierda no triunfó en Argentina porque jamás se unieron bajo un mismo lema y bajo un mismo objetivo, además carecíamos de un lider como Fidel, que además Perón fue un dictador y que la dictadura de Videla y que Nestor Kirchner y bla bla bla.
Gabriel comía, Manolo y yo discutíamos. Una especie de conversación de locos o de borrachos. "¿Y qué hicieron ustedes para salvar al pueblo?", nos recriminaba.
Terminó la cena y siguió la caminata (recuerden que todo esto había empezado unas horas antes mientras tomábamos mate en una plaza).
En otro parquecito nos topamos con otros amigos de Manolo: Carlos, Omar y dos hermanos mulatos (el colorado y el otro), que contaron una batería de chistes. Uno de ellos fue a buscar unas petacas de ron (hay lugares ocultos donde uno lleva el envase vacío y vuelve lleno por diez pesos cubanos).
Me tocó sentarme al lado de Carlitos, un hombre que al parecer fue o es policía. Tiene unos 65 años. Empezó la ronda de chistes sobre maricones e infidelidades. Cada tanto, Carlitos me anotaba su dirección en un papel, calle Rastro 257, para que lo vaya a visitar uno de esos días. Estaba bien borracho el hombre. "Yo los cuido, porque somos amigos", me decía, "sí, sí, amigos", le decía yo, "Tu no entiendes, a-mi-gos", me silabeaba repitiendo. mientras me señalaba el pecho y luego se señalaba su pecho.
Los muchachos, mientras, les decián piropos a las chicas que pasaban frente a la placita. Una de ellas pasó insultando en voz alta, y las hicieron detenerse, haciéndose pasar por policías de civil, "cobrele multa oficial", le decián los amigos a Manolo, que iba al encuentro de las dos mujeres.
Luego, el colorado empezó un chiste (los contaba de parado, haciendo gestos) que insinuaba ser sobre Fidel (hizo el gesto de una barba larga). A modo de broma todos se alejaron un poco, haciéndose los distraídos. El chiste terminó siendo sobre Jesucristo y su loro.
Omar, que tenía puesta la camiseta de Brasil, no dijo ni una palabra en toda la noche. Despues de una hora de chistes y piropos, seguimos camino con Manolo y Gabriel hacia el bar Baturro. Entramos a ese bar para orinar, y una cuadra más adelante intentamos ingresar gratis a la casa de la Trova, el lugar más famoso de Santiago de Cuba para escuchar música en vivo. Pero en la puerta el encargado retó a Manolo por su borrachera ("otra vez en ese estado") y no pudimos entrar.
La comunicación con Manolito, en ese estado en que estaba, se empezó a complicar, y se lo dije. Nos abrazaba y nos hablaba de la vida. Fuimos a duras penas hasta nuestra casa y lo despedimos, con enojos de las dos partes (es que andaba pesado pesado ya). A los cinco minutos volvimos a salir hacia la casa de la Trova y entramos gratis nomás. A Manolo lo cruzaríamos varias veces en el resto de nuestra estadía en Santiago.
A la salida de la casa de la Trova le pregunté a un hombre, señalando el Parque Céspedes: "¿Vendrá Fidel?". "No", me dijo, bien rotundo, "tienen que empezar a surgir dirigentes jóvenes".
Y nos fuimos a dormir.
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sábado, 31 de enero de 2009

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El primer viaje en tren: de Ciego de Ávila a Camaguey





El único coche motor salía de la estación de Morón a las 12.50 del mediodía. Recorría la provincia hasta Ciego de Ávila y luego seguiría camino a Camaguey. Queríamos viajar en tren y era una buena oportunidad, emulando además la canción de Silvio, esa que dice que va a visitar a un amigo camagüeyano en el tren, atravesando valles y poblaciones desconocidas hasta entonces para el trovador.
Cuando llegamos a la ventanilla de la estación de Morón para sacar el pasaje, un hall inmenso y antiguo, vieron los pasaportes y nos enteramos de que en esa estación ya no tenían licencia para vender pasajes en divisas, y con pasaporte uno no puede comprar pasajes en moneda nacional. Insistíamos, mientras comíamos unos chupa-chupa, y llevaron a Gabriel a conversar con el encargado de todos los conductores de ferrocarril de esa sección. Pero Coco era imperturbable en sus deberes y no nos dejó subir al trencito.
Tomamos un micro hasta Ciego de Ávila, la capital de la provincia, por dos pesos cubanos. Íbamos sin esperanza de llegar en tren a Camaguey. Generalmente en las ciudades, las estaciones de ferrocarril y las terminales de buses intermunicipales están una al lado de la otra. Por el momento no salían camiones ni buses a Camaguey, había que esperar, pero los guardas de la estación de tren de Ciego nos dejaron pasar al andén (el trencito, el coche motor que salió de Morón llegaría en media hora). Algún cubano debería comprarnos los dos boletos con un par de carnet de identidad nacionales. Un amigo de los guardas se ofreció, consiguió otro carnet (de una mujer) y nos compró los tickets (3.50 pesos cubanos cada uno, o sea, 0.45 centavos de peso argentino).
El hombre no quiso ni siquiera que le paguemos, así que le dejamos de recuerdo un pin de Argentina, por el lindo gesto.
Pasamos al andén donde el sol, ya casi el solcito fuerte del oriente cubano, nos partía al medio.
Llegó el tren y casi lo perdemos por el antojo de pizza de Gabriel, a último momento. Estuvimos a punto de llamarlo por los altoparlantes de la estación.
Subimos a las 2 de la tarde. EL coche motor es un solo vagón moderno, similar a los trenes que hasta hace unos meses hacían el recorrido de Retiro a Rosario, sin locomotora. En el tren había kiosko y un vendedor circulaba con galletas y golosinas. No había asientos disponibles, así que nos sentamos adelante, sobre las mochilas.
En el tren era cuestión de minutos empezar a conversar con algún cubano. Un hombre y una mujer alternaron preguntas: él me hablaba de fútbol, de la final entre Tigre y Boca, de los jugadores argentinos en Europa, de que nos hacía falta un buen arquero (le gustaba Ustari pero anda lesionado). Ella me hablaba de sus vacaciones, estaban volviendo de unos días de playa, me hablaba de la educación cubana, de Argentina. Eran novios pero se bajaron en estaciones distintas.
Atardecía, el tren atravesaba Baraguá, Piedrecitas, Céspedes, Estrella, Florida y Algarrobo. El ayudante del maquinista bajaba de a ratos para operar los cruces de vías, los desvíos, todos manuales. El tren avanzaba y lo esperaba unos metros adelante, el operador de las vías subía nuevamente y el tren arrancaba.
Entrando a Céspedes detuvieron el tren unos doscientos metros antes del andén. “¿Por qué paran aquí que no hay andén, chico?”, preguntaba alguno de los pasajeros que formaba la fila para descender. “Es que venimos adelantados y vamos a tomar un poquito de guarapo”, respondió uno de los responsables del tren, mientras se bajaba con una botella vacía para cargarla de guarapo (bebida alcohólica en base a caña de azúcar fermentada) en alguna casa amiga del pueblo de Céspedes.
Así fue que diez minutos después el tren avanzó los doscientos metros hasta el andén y los pasajeros descendieron al fin.
Ya casi no había sol, el tren tuve que detenerse en varias ocasiones para dejar pasar a los convoyes nacionales, de muchísimos vagones, que iban hacia La Habana. Tocaba sacar la cabeza por la ventanilla, en cada espera, y aspirar el airecito de la tarde-noche en los valles centrales de Cuba.
Entramos a Camaguey, como canta Silvio, al anochecer.
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martes, 20 de enero de 2009

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La entrada a Cuba









Desde el aeropuerto Jose Martí viajé en un la parte delantera de un Opel modelo 58. Verde, impecable, con la música a todo volumen. Lo manejaba el cuñado de Osdary, una mujer cubana que conocí en el Airbus desde México a Cuba.
Osdary subió al avión buscando su asiento, llevaba un bolso amarillo y un paraguas celeste con florcitas azules, "me lo pidió mi abuela, y a mi abuela la consiento en todo", diría Osdary al rato sobre semejante equipaje. Su abuela vive en Baez, un pueblo de la provincia de Villa Clara. El resto de su familia vive en La Habana. Ella se casó con un mexicano casi veinte años más grande, tienen dos hijos y viven en Jalapa, estado de Veracruz.El viaje en avión duró casi lo que Osdary tardó en contarme su historia. Abraham, su marido de 50 años (ella tiene 33) no la deja trabajar. Ella parece no quejarse mucho, resiste lo embistes del machismo mexicano sin titubear y hace algún que otro cursito los fines de semana. El resto de la semana se lo dedica a la casa y a los hijos. Abraham es médico de Harvard, neurolinguista y viaja por todo el mundo, en solitario. Osdary me mostró fotos de
sus hijos (la cosa fue completa).Ella viaja a Cuba una vez al año, el marido ya no va porque a la familia de Osdary no les cae simpático.
Arribando a La Habana me pidió el favor de pasarle una de sus valijas porque al ser cubana se la pesan y le cobran por cada kilo ingresado. Es una multa importante la que pagan por el exceso de peso. En el aeropuerto la esperaban la hermana, el hermano y el cuñado. Como retribución me subieron al "monstruo" (el OPEL del 58) y me llevaron a una terminal de buses en el Vedado. Me ahorré unos 20 dólares.
En el camino a la terminal (yo mirando cada calle de La Habana, recordando lo que vi 7 años atrás) hablamos de todo un poco, ella no dejaba de darme las gracias, pero el agradecido era yo por el ahorro que hice de entrada. Me invitaron a cenar a la casa, pero ya caia la noche y yo quería salir para Santa Clara donde me debía encontrar con Gabriel a la mañana siguiente.
De nuevo era La Habana, ese movimiento constante de autos y de gente, ese movimiento
caribeño que nunca se detiene. Caballos, colectivos, camiones, bicitaxis, cocotaxis,
bicicletas, bocinas, gritos de vereda a vereda y de balcón a balcón. Las calles repletas de gente, esa sensación hermosa que tanto cuesta explicar si no se vive de cerca, ese murmullo cubano que no para.
De pronto apareció la Plaza de la Revolución de noche, la escultura del Che iluminada, el mausoleo de Martí que de tan alto vigila a La Habana completa.
En el camino la familia se contaba las novedades de uno y otro lado, se reían a carcajadas. Antes de bajarme, Osdary me explicó: "Es que, Martín, cuando vengo de visita a Cuba me rió todo el tiempo, tu sabes, allá con mis hijos, la casa, mi marido, es otra cosa".
Había quedado clara la diferencia.
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viernes, 7 de abril de 2006

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Tena, la pequeña experiencia en el oriente


En Ecuador todo queda cerca. De esta manera es posible llegar a la selva en pocas horas. Desde Quito fuimos en micro a Tena, la capital de la provincia de Napo. Seis horas separan a las dos ciudades. Desde la sierra se transita en pleno descenso y el paisaje cambia abruptamente. Llegando a Tena se siente el aire más cálido y el cambio de vegetación es notorio. Tena es una ciudad mediana, dividida por dos ríos. De un lado de la ciudad está la plaza principal, la gobernación, el municipio, los bancos. Del otro lado los hostales, una avenida muy transitada y la terminal de buses. Una buena repartición de la ciudad, para tener razones de querer cruzar el puente hacia el otro lado.
En Tena no hay muchos insectos. La temperatura es agradable y por las noches desciende considerablemente.
Nos quedamos en un hostal que daba al malecón, a media cuadra del puente peatonal que separa las dos mitades.
Durante los días que estuvimos en Tena corrimos riesgo de desmayos. En el coliseo de la ciudad se presentaban dos veces al día el Ñoño y la Chilindrina. ¿Se imaginan la reacción del cuerpo al cruzarse con semejantes próceres? Ocurriría algo parecido a los desmayos que sufría el personaje-guitarrista que componía Sean Penn en la película de Woody Allen al encontrarse con el gitano Dyango Reinhart, su ídolo musical.
Desde Tena uno puede internarse en el oriente. En Ecuador es posible contactar a las comunidades aborígenes y pasar con ellas un tiempo en plena selva, sin luz ,ni nada. Vivir como ellos por algunos días.
Una mañana hicimos un viaje de 40 minutos para llegar a Puerto Misahualli. Desde este pueblo se realizan viajes en canoa hacia el oeste, por uno o varios días. También es posible embarcarse para llegar al norte del oriente, Orellana o Nueva Loja.
Al bajar del micro en Misahualli uno se encuentra con la sorpresa: la plaza está repleta de monitos. Los primates se acercan asediando, buscando comida o algo con que jugar. Monos solitarios, madres que llevan encima a su cría, monos en los árboles, en los palos de luz, en los canteros, en los techos, bajo los autos. Hay que tener cuidado con las pertenencias, ropas, cámaras, coca colas, dulces. La mínima distracción puede ser fatal. Una gringa se descuidó un segundo y un monito le arrebató una bolsa con una maya y una remera. Se subió al techo de un gacebo de la plaza y empezó a probarse la camiseta. Un hombre del lugar intentaba persuadirlo para que devuelva la ropa. El monito se puso la remera y empezó a saltar dando gritos de alegría, y así corrió por toda la plaza, colgándose de los cables con su cola. Otros dos monitos se disputaban la maya, mordiéndola y arrancándole pedacitos.
Caminando unos minutos desde Misahualli se puede llegar a comunidades indígenas. Las mismas son autónomas y eligen a sus jefes una vez al año. Se basan en la agricultura y en la pesca de los ríos.
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Ecuador, otras cosillas (versión dos)


Listado de algunas comidas ecuatorianas: (En Ecuador, como en Perú, Bolivia y Colombia, se suele almorzar con un plato fuerte pero no existe la cena. Se come una merienda, algo más liviana que el almuerzo, pero a media tarde. También se da que el desayuno es comida abundante, como carne con arroz o algo parecido. Por este motivo se consigue los famosos menús económicos al mediodía, con entrada, sopa, jugo y postre, pero no por las noches.)

Seco de Pollo (con su ensalada, sus papas y su arroz)
Seco de Carne
Sopas
Empanadas de verde (un tipo de plátano, en Argentina sólo se consigue el tipo "banano")
Guatita (parecido al mondongo)
Carne frita o apanada
Trucha, Corvina, Camarón
Chifles (banana frita)
Patacones (banana pisada con harina)
Menestra (de lentejas, frijoles, porotos)
Spondylus (la concha más preciada del pacífico)
Llapingacho (tortilla de papa)
Tortillas de Yuca
Hornado (cerdo)
Maduro (otro tipo de plátano, más dulce, con queso en su interior)
Encebollado (sopa de pescado con cebolla, generalmente se come los domingos a la mañana)
Mote con fritada (maíz blanco con carne frita)
Café con humitas
Pan de yuca
Sancocho (sopa)
Melcocha (dulce)
Orejas (como nuestras palmeritas, pero más grandes)
Enrollado popular (pan económico)
Cachitos (medialunas saladas)
Helados de Paila (helados de crema preparados en fuentes de cobre)
Cuy (sí sí, esa ratita peluda simpática se come en muchos lugares del país, y las cocinan en la calle de cuerpo entero)
Ceviche de cualquier pescado que pinte (el ceviche es un famoso cura-resaca, en la playa es muy común ver comer a la gente, a las nueve de la matina, un delicioso ceviche de ostras…)

Frases típicas de la gente:

Hay algo que se da en Ecuador, pareciera que la gente para pedir algo lo hace rogando, pidiendo por favor.
"No sea malito, deme el asiento"
"Regaleme"
"Anímate" (cuando te venden algo)

Cuando uno le dice o pregunta algo a alguien y la persona no entiende o no escucha dicen:
"Mande"…en lugar de "que?".
Pero lo dicen rápido, casi sin mirarlo a uno…"mande"…
Los jóvenes dicen "Simón" para decir "Sí" y "De ley" para afirmar algo

Recreación de charla con un ecuatoriano joven:
- Hola, ¿vamos a tomar algo?
- Mande.
- Que si vamos a tomar algo.
- Simón.
- Podemos ir al bar de la esquina, ¿está bueno?
- De ley.

Tragedias ecuatorianas:
Las tragedias más comunes son, por lo que pude vislumbrar en el mes y algo que estuve:
En Guayaquil, los incendios (a finales del siglo XIX hubo uno gigante que destruyó casi toda la ciudad) .En la actualidad todas las semanas se incendia algo. Ciertas personas me dijeron que son intencionales, pero no sé el motivo.
En las provincias de la costa las inundaciones. Actualmente la provincia de Manabí sufre increíbles inundaciones.
En los lugares cercanos a los volcanes, las erupciones (existen numerosos volcanes en Ecuador, el Chimborazo, el Cotopaxi, el Antisana,, el Tungurahua son algunos de los más famosos, y muy pocos están inactivos).
Los terremotos, también en la zona serrana.

Listado de Provincias Ecuatorianas:
Costeñas: (a los costeños se les dice, de forma despectiva, "Monos")
El Oro, Guayas, Manabí, Esmeraldas.
Serranas: (a los serranos se les dice "Longos")
Loja, Azuay, Cañar, Chimborazo, Los Ríos, Bolívar, Tungurahua, Cotopaxi, Pichincha, Imbabura, Carchi.
Oriente: (a los de oriente se les dice "Salvajes").
Sucumbíos, Orellana, Napo, Pastaza, Morona Santiago ,Zamora Chinchipe.

Fechas de Ecuador:

Las avenidas de las grandes ciudades ecuatorianas están plagadas de fechas. Me aprendí algunas:

6/12 – Fundación de Quito
3/11 – Independencia de Cuenca
9/10 – Independencia de Guayaquil
10/8 – Independencia del país
24/7 – Cumpleaños de Bolívar

Deportes:
El deporte por excelencia es el fútbol. Mucha gente está pendiente de la selección nacional, y como clasificaron por segunda vez consecutiva para el mundial, el alboroto es generalizado.
Es llamativo la cantidad de remeras de la selección o de equipos argentinos que se ven en las calles. Más, incluso, que en nuestro propio país.
El campeonato nacional de fútbol se llama: Copa Pilsener (cerveza más tomada en Ecuador, aunque hace muy poco arribo la Brahma para hacerle competencia).

Algunos equipos de fútbol:

Barcelona, de Guayaquil (el más popular)
EMELEC, de Guayaquil
Nacional, de Quito (el de los milicos)
ESPOLI, la escuela policial
Olmedo, de Riobamba
Aucas, de Oriente
Deportivo Cuenca
Deportivo Quito
La Liga Universitaria, de Quito.

Creo que el segundo deporte del país es el Volley. En todos los estacionamientos hay una o dos redes para jugarlo. Es muy común que los empleados de las terminales de buses se vayan a jugar al volley en los momentos libres al playón y haya que ir a buscarlos entre tanto y tanto.

Nombres raros de Manabí
En ciertos cantones de la provincia de Manabí se permite poner cualquier nombre a los recién nacidos.
Recuerdo algunos ejemplos que salieron publicados en la nota de color de un diario nacional:
Amor de mi vida
Cadena Perpetua
Martes trece
Querido Ecuador
Himno Nacional
…y otros.

Costumbre:
Una costumbre ecuatoriana, similar a lo que pasa en Perú, es el no respetar la fila en negocios, puestos callejeros y demás lugares donde supuestamente el que llega primero es atendido primero. Hay que entrar al negocio y pedir, sin importar quién esté adelante. El problema para nosotros es el no saber los precios, o que son ciertas cosas. Entonces al preguntar: ¿Cuánto cuesta tal cosa?, somos pisoteados por los recién llegados y el turno se va perdiendo.

Canales de TV

Teleamazonas (a favor del TLC)
Canal 1
ECUAVISA (En contra del TLC)

Economía de Ecuador:
El país atravesó etapas de "boomes".
En un principio fue el boom del cacao (1800-1900), hasta que llegó la enfermedad del cacao.
Luego vino el boom del café (hasta 1950) y bajaron los precios.
Luego el boom del banano, que sigue hasta estos días.
Y ahora el nuevo boom del camarón, se están multiplicando las camaroneras por toda la costa. Existe la enfermedad de la mancha blanca que amenaza con el negocio.
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